jueves, 28 de febrero de 2008

Volver a Sábato

El túnel (1948),
Ernesto SÁBATO

“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne”. Ése es el primer bocado que Ernesto Sábato (Buenos Aires, 1911) nos sirve de El túnel, la historia de un crimen, la historia de un amor, pero, sobre todo, la historia desesperada de un hombre que intenta en vano una comunión imposible con otro ser. Como en el mito de las almas que se buscan para completarse, Castel se lanza a una loca persecución cuando, en un salón de pintura, ve que una joven queda fascinada por un detalle de la obra que él ha presentado. El cuadro es una maternidad, pero en la parte superior izquierda hay una pequeña ventana en la que se ve a una mujer en una playa, mirando al mar, que pasa desapercibida a todos los visitantes menos a la entonces desconocida.
Descubrir que hay alguien que ha visto lo “esencial”, intuir que existe una persona que puede entenderlo al él mismo, mueve al pintor a buscar por caminos inciertos y vacilantes a María Iribarne, hasta encontrarla, por casualidad, meses después. Todo el proceso que acaba desembocando en el crimen –cómo la conoció, cómo la amó y cómo acabó con su vida- es el que quiere contar Castel en su manuscrito, que convierte en una mezcla de novela policial y ensayo filosófico, delirante y desesperado sobre la existencia y la incomunicación humanas.
Esa primera persona que nos hace espectadores privilegiados del delirio de Castel, de su realidad deformada, y ese recurso al manuscrito que nos convierte en interlocutores nos fuerzan también a sentirnos implicados y nos obliga además a poner todo nuestro afán en comprender lo que parece incomprensible. “...y aunque no me hago muchas ilusiones acerca de la humanidad en general y de los lectores de estas páginas en particular, me anima la débil esperanza de que alguna persona llegue a entenderme. AUNQUE SEA UNA SOLA PERSONA”, subraya el propio Castel. La locura del pintor lo envuelve y lo ahoga como a un barco las olas del temporal y, sin embargo, de vez en cuando recupera la lucidez y, como si sacase la cabeza del agua para respirar, se enciende ante sus ojos una luz, pero una luz negra: “...había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío (...) en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esta muchacha y había creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en túneles”.

lunes, 11 de febrero de 2008

Novela negra a la española con fundamento


Tatuaje (1974)
Manuel VÁZQUEZ MONTALBÁN

La cocina novelística negra nos ofrece con esta receta una versión a la española de este conocido plato de amplia historia y prestigio (especialmente anglosajón). Así pues, los ingredientes son harto conocidos por el público, pero el chef y gourmet Vázquez–Montalbán es tan hábil como para seleccionarlos, dosificarlos y cocinarlos en su punto, adaptados al lugar y tiempo que reflejan y en el que fueron creados hace ya 33 años. El resultado es un Carvalho recién nacido (sólo dos años y una novela de experiencia literaria) en una salsa brillantemente salpimentada que sabe a la Barcelona canalla de los primeros 70.

Ingredientes

  • Una Barcelona escenario de una trama de asesinatos, con un fugaz viaje a Ámsterdam, ciudad del pecado.
  • Una banda sonora que sirve de título a la novela: la copla escrita por Rafael de León y cantada por Concha Piquer… “él vino en un barco de nombre extranjero, lo encontré en el puerto un anochecer…”
  • Pepe Carvalho, un perdedor desencantado siempre brillante, de peculiares costumbres; un detective de morro fino en lo gastronómico y escéptico en lo profesional.
  • 3 secundarios supervivientes: Charo, belle de jour, fiel compañera y prostituta de noche. Biscúter, su chef, ayudante y proveedor de los productos del gourmet detectivo. Bromuro, el soplón que siempre puede aportar datos útiles.

Modo de preparación

1) Busque un recipiente rígido pero sólido, de boca estrecha y cuerpo ancho, en el que entren los siguientes ingredientes: bajos fondos, vida nocturna y disoluta, buen paladar, misterio, un toque picante y erótico además de un buen chorro de crítica del tardofranquismo agonizante.

2) Tome al detective y póngalo ante un extraño caso de asesinato, con cadáver sin identidad y una frase tatuada en su piel: “He nacido para revolucionar el infierno”.

3) Déjele expurgar los libros, para que queme todos aquellos volúmenes que ha leído y no le han enseñado a vivir. (Toque cervantino)

4) Sepa darle peso a los demás personajes de la historia en certeras pinceladas y ocasionales apariciones que resulten relevantes no sólo en la trama, sino en el universo de la novela.

5) Y por último, no olvide que todos son sospechosos.