El vano ayer. Isaac Rosa
Editorial Seix-Barral. 2004.
Decía Mallarmé («Magie», Ouvres, Paris 1945) que sólo dos vías están abiertas a la investigación mental: la estética y también la economía política. Sin duda, El vano ayer viene a confirmar esta tendencia bifronte. Por encima de cualquier otro elemento estilístico (del que daremos cuenta más tarde) o argumental, esta obra bucea de manera, a mi juicio, soberbia en esa doble ladera que apuntaba el poeta simbolista francés. De un lado la estética, que arma un discurso narrativo riguroso, bello, atravesado por distintos planos del lenguaje que contribuyen, de manera perfecta, al objetivo de la novela. Por otro, la economía política, entendida como la huella sociológica donde se inscribe el argumento de la narración. Si la historia intenta reconstruir las vicisitudes y desapariciones de dos personajes, el profesor universitario Julio Denis y el estudiante-militante comunista André Sánchez; lo hace a la manera de un gran mural donde interaccionan, se dispersan y confluyen voces anónimas procedentes de la sociedad tardofranquista. Ahora bien, no estamos ante una obra costumbrista, más o menos afinada en su contextualización histórica, se trata más bien de un replanteamiento de la cuestión. Pasados más de treinta años desde la llegada de la democracia, nos encontramos (o deberíamos hacerlo) fuera ya de excusas desresponsabilizadoras, homenajes a la transición, y/o “descargos de conciencia” más o menos emboscados. El vano ayer pone el dedo en la llaga y a través de su andamiaje literario, devuelve al pulso de la acción y reflexión civil las implicaciones morales, éticas, económicas, jurídicas y políticas que supuso el franquismo. No estamos ante una obra bienintencionada, sino ante un poderoso ejercicio de retrospección que dialoga con el presente y desdeña los paños calientes que sabieron administrar las fuerzas políticas y económicas de la época. Quien espere un relato tranquilizador se ha equivocado. Quien, por el contrario, necesite desenmascarar ese periodo reciente de nuestra historia para comprender el alcance del silencio al que nos obligó la Transición, ha llegado al puerto adecuado. Y acabo ya. Decía que dejaba para el final el elemento estilístico. Pues bien, otro de los aciertos del libro es la sabiduría arquitectónica. Si nuestros tiempos son épocas de fragmentación, qué mejor que una obra en marcha para dar cuenta de esa realidad difusa, una novela que se va hilando a medida que avanza, con la participación activa del lector, restituyendo en la reciente narrativa española una suerte de anhelo vanguardista a la manera de Cortázar. Lo expresa mejor el propio autor: Quizás, más probable, estamos ante una confesión de invalidez, el recurso reconstructivo de quien no sabe, no puede o no quiere construir, y que al final, en la última página, comprueba entre lamentos que no hay otro modo, que siempre se acaba construyendo algo. Sólo me queda decirles una cosa: disfruten la novela.
Editorial Seix-Barral. 2004.
Decía Mallarmé («Magie», Ouvres, Paris 1945) que sólo dos vías están abiertas a la investigación mental: la estética y también la economía política. Sin duda, El vano ayer viene a confirmar esta tendencia bifronte. Por encima de cualquier otro elemento estilístico (del que daremos cuenta más tarde) o argumental, esta obra bucea de manera, a mi juicio, soberbia en esa doble ladera que apuntaba el poeta simbolista francés. De un lado la estética, que arma un discurso narrativo riguroso, bello, atravesado por distintos planos del lenguaje que contribuyen, de manera perfecta, al objetivo de la novela. Por otro, la economía política, entendida como la huella sociológica donde se inscribe el argumento de la narración. Si la historia intenta reconstruir las vicisitudes y desapariciones de dos personajes, el profesor universitario Julio Denis y el estudiante-militante comunista André Sánchez; lo hace a la manera de un gran mural donde interaccionan, se dispersan y confluyen voces anónimas procedentes de la sociedad tardofranquista. Ahora bien, no estamos ante una obra costumbrista, más o menos afinada en su contextualización histórica, se trata más bien de un replanteamiento de la cuestión. Pasados más de treinta años desde la llegada de la democracia, nos encontramos (o deberíamos hacerlo) fuera ya de excusas desresponsabilizadoras, homenajes a la transición, y/o “descargos de conciencia” más o menos emboscados. El vano ayer pone el dedo en la llaga y a través de su andamiaje literario, devuelve al pulso de la acción y reflexión civil las implicaciones morales, éticas, económicas, jurídicas y políticas que supuso el franquismo. No estamos ante una obra bienintencionada, sino ante un poderoso ejercicio de retrospección que dialoga con el presente y desdeña los paños calientes que sabieron administrar las fuerzas políticas y económicas de la época. Quien espere un relato tranquilizador se ha equivocado. Quien, por el contrario, necesite desenmascarar ese periodo reciente de nuestra historia para comprender el alcance del silencio al que nos obligó la Transición, ha llegado al puerto adecuado. Y acabo ya. Decía que dejaba para el final el elemento estilístico. Pues bien, otro de los aciertos del libro es la sabiduría arquitectónica. Si nuestros tiempos son épocas de fragmentación, qué mejor que una obra en marcha para dar cuenta de esa realidad difusa, una novela que se va hilando a medida que avanza, con la participación activa del lector, restituyendo en la reciente narrativa española una suerte de anhelo vanguardista a la manera de Cortázar. Lo expresa mejor el propio autor: Quizás, más probable, estamos ante una confesión de invalidez, el recurso reconstructivo de quien no sabe, no puede o no quiere construir, y que al final, en la última página, comprueba entre lamentos que no hay otro modo, que siempre se acaba construyendo algo. Sólo me queda decirles una cosa: disfruten la novela.
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