El gran cuaderno (1987),

Agota Kristof (Cskvand, Hungría-1935) decía en una entrevista publicada en febrero de 2007 en Babelia: “¿Para qué dar vueltas? ¿Para hacer literatura? No me interesa la literatura”. Y el de la escritora húngara no es sólo desinterés por el adjetivo, lo poético o la forma, sino por lo que la literatura tiene de humano: la transmisión de sentimientos, de sensaciones, la subjetividad. Kristof, quien asegura no creer en los sentimientos, sólo quiere ser objetiva y así construye una novela fría, cruel, en la que los horrores de los que son víctimas o culpables los protagonistas acaban resultando amortiguados por la propia parquedad del relato, como si los lectores fuesen alcanzados también por el brutal proceso de deshumanización. Y es esa misma deshumanización la que permite a los protagonistas sobrevivir a todos los que les rodean y conseguir además dinero, comida y hasta libertad. ¿Pero de qué vale ser rico, ser gordo o ser libre sin ser humano?
Kristof no hace, sin embargo, preguntas, no emite juicios y no salva ni condena a nadie y logra crear una novela mediante pequeñas escenas de la vida de los gemelos que desasosiega, incomoda y, en ocasiones, produce un rechazo que da ganas de alejar el libro del propio cuerpo. Esa es la tarea de la que se encarga la escritora. La de poner la piel y los sentimientos se la deja a los lectores.
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