Y todos estábamos vivos,
de Olvido GARCÍA VALDÉS
por Ernesto García López
Tratemos de rastrear algunas regiones que, a mi juicio, podrían ser medulares y convierten a este libro en una parada esencial dentro del actual panorama poético español. Después de casi dos décadas de enterramiento minucioso de la imaginación romántica, Olvido García Valdés nos devuelve herencias injustamente maltratadas por la marea figurativa: por un lado lo que José Lezama Lima (en palabras de Thierry Maulnier) denominaba la intensidad mallarmeana de pensamiento, y por otra la construcción del texto sobre esa sintaxis negra baudeleriana que tanto enfurecía a los poetas decimonónicos. “Y todos estábamos vivos” vuelve a poner encima de la mesa la vigencia y necesidad de rescatar para la palabra poética española los principales hallazgos del simbolismo con mayúsculas, aunque entreverados claro está con el escenario de complejidad y cambio de paradigmas que vivimos hoy en día. O dicho de otro modo por el también poeta y filósofo Eduardo García dentro de su ensayo “Una poética del límite”: “Una poesía fronteriza entre lo realista y lo visionario requiere una más amplia modulación de la conciencia. De nada valen ajustes de estilo, superficiales piruetas retóricas, si se desea rescatar la ensoñación con lucidez. La auténtica dificultad es psicológica, no estilística. Reside en alcanzar la disposición de la voz, el lugar en la conciencia objetiva del realismo estricto ni en la conciencia subjetiva del visionario puro. El lugar de donde brota una voz en el límite se encuentra, por el contrario, en el espacio que media entre ambas: en la misma frontera entre consciente e inconsciente, vigilia y sueño, realidad e imaginación.” Buen ejemplo de esto se puede encontrar en los poemas que configuran la primera parte del libro titulada “Lugares”, donde el territorio poético (territorio también social para nuestra autora) se convierte en
Un espacio intermedio
-hilo de sueño hila su sustancia, y la oquedad,
una concavidad en que se cabe
enteramente-. […]
Mediante una técnica que podríamos calificar de buceo en apnea, Olvido García Valdés se sumerge en la realidad personal, colectiva y del paisaje sin más apoyos que un lenguaje cauterizado, desprovisto de convenciones (madres sordas y ciegas ofrecen música / a hijas ciegas y sordas / en sus regazos), una sintaxis incandescente puesta al límite igual que la propia precariedad de la vida, y una posición en tanto que sujeto observador equivalente y democrática respecto al objeto observado. Estos tres elementos, a mi juicio, contribuyen notablemente a hacer de su lectura un ejercicio de despojamiento, de obligada desnudez.
con la luna de marzo llegó
la foto y todos
estábamos vivos;
palabras
de velocidad,
de esa sustancia
que es veloz
y gira y se desprende;
lenta, la luna,
vuelve mes a mes
Esta desnudez brota en muchos casos de un extrañamiento como si / no hubiera entre yo y ser una adecuación, / entre bondad o belleza y vida. / Lo cual produce una falta de acoplamiento que genera en el lector una cierta sensación de inquietud, de irrealidad, donde la consciencia y la pérdida de referentes materiales se combinan, se confunden y se desordenan. Quizá aquí podamos extraer otro de los elementos significativos del texto: su proceder mestizo lo hermana, creo, con las corrientes filosóficas y científicas que ponen el acento en el carácter desconcentrado de la realidad. Ya no somos hijos de la certidumbre, de la historia determinista, lineal y homogénea, sino que, como lúcidamente expone Dora Fried Schnitman, vivimos el “[…] surgimiento de una conciencia creciente de la discontinuidad, de la no linealidad, de la diferencia y la necesidad del diálogo como dimensiones operativas de la construcción de las realidades en que vivimos.” Siguiendo esta línea argumental otra de las generosidades de este libro consiste en devolvernos en forma de conciencia que explora los límites, una voz capaz de entrelazar la fragilidad de nuestro ser con la fragilidad de todo lo que nos rodea:
sale cada día a la rapiña, a ver
qué encuentra que calme
un no tener a qué volverse,
qué,
no objeto sino causa
mediata o móvil, no nudo o nuez
de la rapiña, sino que huye, que
ni se piensa o sabe
que no hay, qué es qué
lo que le falta y sale, busca
cualquier cosa, cualquier
nada que alimente, aunque nada
más cerrar la mano o mirar
vea que el hueco se mueve
y no se llena
Sin embargo la exploración de la que nos da cuenta nuestra poeta no parece encarrilarse hacia posiciones descreídas, distopías más o menos convincentes, sino que alberga una recuperación y restitución de la naturalidad de sentirse vivo. Nada escapa a la mirada mallarmeana de Olvido García Valdés: el paisaje castellano (como en el magnífico poema dedicado a María Antonia Ortega), la vida comunitaria de las mujeres, la introspección personal, el grifo del tiempo, las ausencias y la muerte, el recuerdo de la infancia, la cotidianeidad del hogar, la carretera como escenario privilegiado para la contemplación… Todo se postula como materia germinadora donde infiltrar el enigma del lenguaje. Porque, y con esto termino, otro de los rasgos centrales de este poemario radica en su defensa cerrada del lenguaje imaginal. Claro que la palabra es débil, claro que la palabra apenas roza la esencialidad de las cosas, pero para Olvido García Valdés cualquier conciencia de derrota prematura nos acerca más a nuestro alejamiento que a la auténtica profundidad de las mismas:
Es física la voz,
la retirada –hormigas
y penumbra, acurrucado
daño- no es voz
Déjense cobijar por este libro. Recuperen, a pesar de la falsa completud que nos invade, el placer de “no saber” como decía Wislawa Szymborska en su recepción del Premio Nobel. Olvido García Valdés nos coloca en una posición frágil, singular ante el mundo, sitiados por preguntas, sucesiones inconclusas, recuerdos vivos, ausencias que desvelan, paradojas de “sombra a sombra”. Pero es precisamente en este recinto sin respuesta donde podemos mejor repensarnos.
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